PROPIEDAD LITERARIA

CARTA SOBRE EL PROYECTO SOMETIDO AL CONGRESO ARGENTINO POR EL DIPUTADO DOCTOR ELEODORO LOBOS.[^1] [^2]

París, Octubre 5, 1897.

Señor doctor Eleodoro Lobos. Buenos Aires.

Estimado amigo:

He tenido el placer de recibir la atenta carta á la que se sirve adjuntar el proyecto de ley presentado por usted en la sesión del 14 de Julio ppdo. de la cámara diputados de la nación, así como las palabras con que lo fundó. Antes de pasar adelante, permítame expresarle la fuerte impresión que me han hecho las mismas; en una materia que no sólo se presta, sino que difícilmente se defiende de la declamación, ha conseguido usted mantenerse sobrio, parco y elegantemente correcto, tocando los puntos principales del vasto asunto con una seguridad que revela su absoluto dominio sobre el mismo y haciendo la síntesis somera que el momento exigía, prueba de alta cultura de que no son comunes los ejemplos.

Cuando nuestro común amigo el doctor Escalier llego á Europa, me habló, en su primera. visita, de su deseo de usted de que le remitiera algunos antecedentes relativos á la cuestión de la propiedad literaria, de que usted tenía el propósito de ocuparse. Era una curiosa coincidencia, pues yo acababa de tomar parte, como delegado del Gobierno argentino, en la Conferencia internacional de París, que había concluído sus trabajos en esos días, y remitido á mi Gobierno el informe que usted conoce. Para que usted se dé bien cuenta de la índole de ese trabajo, es bueno que sepa que, con el nombramiento, no recibí instrucceiones de ningún género, sin duda porque el Gobierno las juzgaba inútiles, teniendo en euenta el antecedente del Congreso Jurídico de Montevideo y la sanción de sus resoluciones por el Congreso argentino. Asi lo comprendí y al mismo tiempo que agradecí la oonfianza que en mí se depositaba, resolví seguir la línea de condueta que me imponían el interés positivo y trascendental de mi país y el respeto de la justicia y de la equidad. Sin títulos para comprometer la opini+on de mi Gobierno, me limité á declarar, breve y sinceramente, mi franca adhesión á las ideas que informaban la Convención de Berna y á ofrecer todo mi esfuerzo para hacerlas adoptar por aquél. Cumplí, en mi informe, con esa promesa y con mi conciencia, como cumplo felicitando a usted por su feliz iniciativa, contento de que este asunto salga, por su carácter, del orden de aquellos que las reglas, más de la conveniencia que de la diplomacia, imponen mantener en una reserva prudente y de disciplina.

No me hacía ilusiones sobre la suerte que esperaba en mi país á las ideas liberales cuya justicia reclamaba; sabía y sé que a este respecto hay preocupaciones arraigadas que solo podrá modificar una larga y perseverante propaganda. Ya he visto que uno de los órganos prineipales de la opinión pública en Buenos Aires, La Prensa, al que por tanto tiempo dedicó usted su talento y su acción, ha levantado bandera contra el liberalismo preconizado en mi informe ofleial. Creo que no será él solo en pensar de esa manera y me parece vislumbrar que las ideas restrictivas no han de tener flojo apoyo en la Cámara de que usted forma parte, cuando veo, en el texto de su proyeeto de ley, el tacto prudente con que usted inicia la cuestión, preparando el terreno, con mesura y habilidad, para la batalla que prevé mas tarde. Y sin embargo, pienso que esa batalla no tendrá lugar y que, en el día esperado del combate, por poco que la discusión haya hecho la luz sobre la materia, los beligerantes van á deponer las armas en holocausto á una idea común, justa y alta.

La cuestión tiene dos faces y no puede tener más que dos: la justicia y el interés. La primera es esta: ¿es justo que, cuando nuestra carta fundamental, nuestros codigos y leyes, protegen y amparan toda propiedad, incluso la de las marcas de fábrica extranjeras, solo los productos puros, por decir así, de la inteligencia humana, estén exentos de esa protección y de ese amparo? El mundo occidental casi entero (porque la Rusia tiene un pie en Oriente y lo prueba con su actitud) ha zanjado la cuestión por la negativa. Examinada en sí misma y sin consideraciones que alteren la rectitud del criterio, no puede haber un hombre entre nosotros que no reconozca la legitimidad de esa solución.

Queda la cuestión del interés. Si se nos prueba que ese reconocimiento de los derechos intelectuales del extranjero, si bien importa un acatamiento de la ley moral, puede traer un perjuicio real para nuestro país, el punto se hará sumamente delicado y habrá que hacer entrar en línea argumentos de grueso calibre, en desproporción de las armas finas, delicadas y sencillas que se usan en defensa del derecho y la justicia. A mis ojos, la civilización ha consistido y consiste en disminuir las causas de conflicto entre los intereses y los derechos humanos. Para sacar de la palabra hostis estas dos ideas, hoy tan distintas, extranjero y enemigo, ha sido necesario el correr de muchos siglos. La ciudadanía nativa es hoy un hecho y un derecho, tácitamente reconocido por la conciencia universal, mientras que todos los códigos europeos consagran su desconocimiento. Entre nosotros todo el edificio colonial estaba construido sobre el interés; al venirse al suelo y ceder el sitio á la base más firme del derecho, ha dejado en pie aún algunos pilotes, que se mantienen porque se creen útiles, como aquellos postes que en mi infancia, corrían de tres en tres varas, á lo largo de las veredas de Buenos Aires. Cuando se habló de echarlos abajo, fué una grita universal. ¿Quién iba a preteger la gente de á pie contra los carros, los coches y los caballos? ¿Dónde iban á atar los jinetes, las riendas de sus cabalgaduras? Recuerdo que los audaces innovadores empezaron por una calle, especialmente sometida al ojo patriarcal de la policía: nada menos que la que pasaba frente á 1a casa de gobierno. Como los accidentes temidos no ocurrieran y el ojo del pueblo empezara á habituarse, como á todo lo bueno, se siguió adelante, pero haciendo una concesión, precisamente lo que usted ha hecho en su proyecto de ley: se dejaron en pie los postes de las esquinas. Algunos persisten aún por el hábito; pero usted ya conoce su utilidad.

Así, lentamente, como toda sociedad consciente de sus destinos, hemos ido anteponiendo el derecho al interés, á medida que las exigencias brutales de la vida nos lo permitían. Recuerde solamente el sistema rentístico de nuestro Directorio (que fué, sin embargo, un monumento de luz en la Revolución) y compare su arbitrariedad con las bases legales del actual, para medir el camino andado. Que allá en 1853, al salir de la larga noche, hubiera sido absurdo hacer tratados internacionales de reconocimiente de la propiedad literaria, no tiene duda. El interés, el verdadero interés, el que importa a la salud pública, nos hacía ver que necesitábamos libros y libros baratos, porque además de que había pocos que pudieran escribirlos entre nosotros, no teníamos ni aún donde imprimirlos. Era una dura necesidad y había que inclinarse. ¿Es ese el case actual? No, felizmente y sostengo que hoy el derecho está de acuerdo con el interés. La filibustería que actualmente se ejerce entre nosotros en el campo intelectual, es exclusivamente en provecho de unos cuantos editores y en detrimento del interés pdblico, bien y sanamente entendido. Lo he dicho en mi informe oficial y lo repito; el reconocimiento de los derechos de propiedad de los autores extranjeros sobre sus obras, extirpará probablemente entre nosotros la difusión de todas las obras malsanas, mediocres ó indecentes, dejando el campo libre á un renacimiento intelectual étnico, sin traer perjuicio de consideración á la venta de los libros extranjeros de alto valor científico ó literario.

Es ese el punto sobre el que hay que insistir, para que el argumento patriótico que importa se convierta en ariete demoledor de la doctrina que hoy pretende sostener.

Usted ha iniciado la cuestión en el más firme de los terrenos, tratando de incorporar á nuestra legislación la clave indispensable para poder entendernos más adelante cen el extranjero. Cualquiera que sea en definitiva el sistema que impere entre nosotros, la ley personal del autor, la del lugar de la primera publicacion ó la de aquel en que se efectua la reproducción, era y es ante todo indispensable deinir, circunscribir y reglamentar la materia. La práctica universal ha demostrado que la aplicación del derecho común á esta materia complicada y difusa, es difícil y escabrosa; entre nosotros, la jurisprudencia institucional misma de los Estados Unidos ha servido, más que de clara de huevo, de agua de cal. Su proyecte de ley, en el que un eclectismo razonable y prudente, ha reunido las disposiciones más acertadas y justificadas per la experiencia, resuelve tal vez algunas cuestiones de detalle no en completa conformidad con lo que pienso; pero en conjunto es un trabajo hasta tal punto acabado, que podría entrar en vigencia mañana mismo, salvo introducirle las modificaciones que la práctica sugiriera.

Persevere usted, pues y haga convertir en ley su proyecto; armado el P. E. con la autorización que le confiere el último párrafo del artículo 1°, no tardará, quiero esperarlo, en someter á la aprebación del Congreso argentino, una serie de tratados por los que nuestro país, de acuerdo con toda la Europa civilizada, reconozca los derechos de un Pasteur ó de un Chevreul, de un Wagner, de un Renan ó de un Puvis de Chavannes, como reconoce ya los de un Hollovay, de un Lanman & Kemp, de un Ménier ó de un Van Houten.

Quiera usted creer en toda la simpatía y estimación de su afmo. s. y amigo

MIGUEL CANÉ.

[^1] Carta de Miguel Cané aparecida en la ''Revista de Derecho, Historia y Letras''. Tomo II. Años 1888/1889. Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. Universidad de Buenos Aires. [^2] La carta del doctor Cané, que debo á la bondad del diputado nacional doctor Lobos, está muy bien pensada y su publicación es oportuna. El Congreso Nacional tenía hasta el 30 del pasado á la orden del día y debiera tener durante la prórroga, favorablemente despachado por la Comisión de Legislación, un proyecto de ley excelente sobre propiedad literaria y artística. Es necesario ocuparse de la alta cultura del país, que ha retrocedido treinta años, ahogada por el progreso material. Los grandes pueblos no viven solamente de trigo y de bueyes gordos! La civilización exige las reglas del proyecto del doctor Lobos, comentadas por el doctor Cané.